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Me llamo Paula, y era periodista en Colombia, con más de 6 años de experiencia en grandes medios, cuando renuncié, vendí lo que tenía, y me fui sola por el mundo.

Tuve experiencias espectaculares y otras no tanto, y aquí intento contártelas de la manera más honesta.

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Lo mejor para el final, en el AMAZONAS

Lástima. Terminamos descubriendo lo mejor de nuestra travesía por el Amazonas -Puerto Nariño- al cabo de siete días, en un paseo en que faltó tiempo y sobraron las ganas de quedarnos. Dejamos la cereza del postre, o la manzana dentro de la boca del cerdo asado, para último momento. No a propósito, obviamente, sino por pura y física ignorancia. O en «cristiano»: por primíparas.

Barquita
Vistas espectaculares en el Amazonas

Mi prima y yo llegamos al Amazonas soñando lo típico: los delfines rosados, las anacondas, las pirañas, los monos, la inmensidad de la selva. Turistas de cabo a rabo. Y como recién llegadas, sin saber cómo conocer eso de primera mano – y gracias a mi afán por tener todo «presupuestado» (mi prima moría por leer eso, lo sé)-, terminamos pagando un tour que había ojeado por Internet pero que, contrario a los comentarios de TripAdvisor, no resultó lo que esperábamos.

El tour, absolutamente ficticio, incluía avistamiento de delfines, visita a la Isla Micos, a una comunidad indígena ticuna -una de las tantas etnias que tiene Colombia-,  a Puerto Nariño -sólo para el almuerzo- y luego nos dejaba en una reserva natural para hacer caminata en selva, y quedarnos allí hasta el siguiente día.

  1. Los delfines… no estaba asegurado que salieran porque viven en su hábitat natural y se cohíben con el ruido del bote (por eso los tours se «curan en salud» al advertir que no siempre se dejan ver). Sin embargo, tuvimos un momento de suerte en la tardecita.
    Delfin
    ¡Hasta que por fin pude captar esta belleza!
  2.  Isla Micos… los monos fueron llevados a este lugar para el disfrute de los turistas, por lo que todo es artificial. Sin embargo, tener a más de cinco monos en la cabeza, los hombros, los brazos… es bastante divertido.
    BirgitIslaMicos
    ¡Era sólo un juego! (Foto de Birgit Leinh)
  3. Comunidad Ticuna… La actividad, como para variar, también es toda creada. Llegamos a la cabaña y varias mujeres y un niño indígena nos mostraron una de sus danzas típicas, con trajes que imitan a los animales. Dentro del guión planeado también estaba sacar a bailar a los visitantes y (obvio) la ‘selfie’ con los nativos. Nos enseñaron una palabra en su idioma (Numae, que significa «Hola»), para, por supuesto, finalizar con la venta de artesanías.
  4. Almuerzo en Puerto Nariño… Tuvimos una escasa y muy fugaz visita a este maravilloso municipio que terminó siendo lo mejor del viaje. No notamos su encanto en los tres minutos de almuerzo el tour pero afortunadamente y por recomendación de amigos, volvimos después de esta seguidilla de actividades a toda carrera.
  5. Caminar al atardecer y dormir en reserva natural… Apenas pisamos la reserva, quedamos boquiabiertas. Caminamos con un guía nativo al que llamaban «El Abuelo», quien nos mostró plantas medicinales, insectos y una gran ceiba que alberga la leyenda del Curupira, guardián de la selva -o guardiana, según se mire-.
    ReservaAbuelo
    «El abuelo» nos ayudó a cargar las maletas hasta la cabaña

    Sin duda, fue la parte más decente de este corre-corre que pretendía abarcar todo sin profundizar en nada… hasta que llegó la noche.  Con ella, cucarachas gigantes, escarabajos con cuernos y arañas del tamaño de la mano nos hicieron recrear en vivo y en directo aquellas escenas de bichos a lo Indiana Jones («El templo maldito»), que no supimos sortear tan valientemente como en la película.

  6. Al finalizar aquella noche terrorífica nos unimos a otros visitantes para cargar anacondas, caimanes y demás, en una isla llamada Puerto Alegría, en Perú. Algo que, sin embargo, nos dejó un dilema ético: animales salvajes adiestrados y disponibles para tocar, como si se tratara de juguetes en una vitrina de centro comercial. No muy ético, no. Pero ya habíamos recorrido muchos kilómetros río abajo desde la reserva. Too late

Y así finalizó nuestra experiencia, para nunca más repetir, del tour por un par de días en el Amazonas. Pero dicen que después de la tormenta llega la calma y el mal sabor del paseo ficticio se nos pasó al descubrir la paz absoluta de Puerto Nariño, primer municipio sostenible de Colombia.

El postre, lo mejor

A Puerto Nariño, el exquisito postre de nuestra travesía, no se puede ir sólo de «pasadita». Hay que tomarse el tiempo de conocerlo, de entenderlo, de respetarlo y recorrerlo. Porque allí, lo único que puede romper el Nirvana al que se llega sin motos, carros, señal de celular o internet, son los mosquitos.

Es lo único. De resto, caminar sin pensar en los motorizados, respirar aquel aire sin pizca de contaminación, o sentarse al caer el sol frente al río para admirar, a contraluz, las siluetas de los delfines saltando tan cerca… sobrepasan cualquier expectativa.

Todo encaja en el objetivo de alejarse del caótico mundo urbano. De conocer, aunque sea por poco tiempo, la definición de armonía. Porque tan sólo con echarse en una hamaca (con repelente a tope, eso sí), un buen libro en las manos y tal vez uno que otro homínido como compañía, la mente queda en blanco y medita sin proponérselo.

Hamaca
Relaaaaaaax en el hotel donde nos quedamos: «Lomas del Paiyú»

Para hacer turismo también es más cómodo: allá se negocia directamente con los pescadores que se movilizan en lanchas de madera o con uno que otro guía nativo. Igual, desde Puerto Nariño, la probabilidad de ver los delfines aumenta. El Lago Tarapoto es lo que más recomiendan para eso, aunque las criaturas se pueden observar desde las mismas «playitas» que dan al río. Como nosotras, ellas también se sienten más tranquilas allí.

Y más allá del Tarapoto, donde se pueden ver otras especies y admirar la Victoria Regia (los gigantescos nenúfares), en el municipio también existe un establecimiento que recrea la fauna del Amazonas, muy muy recomendado: Fundación Natutama. Si por algún motivo no se hizo realidad lo de los delfines, allá están en su versión de madera, en tamaño natural, junto con otras especies amazónicas. Lo que más nos impresionó de esto fue el Pirarucú, un pez amazónico gigantesco que los nativos usan no sólo para comer sino también para sacar sus escamas y hacer artesanías, limas de uñas, etc.

Caminatas selva adentro y no tan adentro se pueden programar igualmente desde Puerto Nariño. En fin… ¡¡tanto por hacer!! No sé por qué perdimos el tiempo en otras cosas, en vez de llegar directamente a esta burbuja desde el primer día. Ahora ya lo sabemos. A Puerto Nariño directo, ¡por favor!

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2 comentarios

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  • Hola, muchas gracias por este articulo, justamente yo estoy planeando ir dentro de una semana alla y me preguntaba como hacer para no caer en esos planes de turista poco «éticos» y donde te sientes que solo te estan mostrando una vitrina de cosas.. entonces ir directo a Puerto Nariño y planear desde alla.. yo quisiera quedarme na semana en la zona, te parece mucho ? y te parece que a una mujer sola le va bien alla ? algun otro consejo ? 🙂 gracias !!

    • Hola Carmen!!!! Recomendadísimo ir directamente a Puerto Nariño, si lo que buscas es tranquilidad. Yo en Leticia no soportaba las motos y el ruido, la verdad… Además de esos tours con esa masa de gente. En Puerto Nariño puedes negociar directamente con lancheros o caminatas en selva, y en cuanto a viajar sola… Me pareció súper seguro la verdad. Una semana me parece bien, yo estuve apenas dos días al final de mi viaje y quedé con ganas de más, pero asegúrate de llevarte un libro para la hamaca por si terminas todo lo turístico y simplemente quieres una jornada de calma. Gracias por tu comentario!!!

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