No hay que ser experta en Física para descubrir que el tiempo se puede dilatar. Que lo digan quienes han atravesado el “charco” varias veces: empiezas tu día en un lado del mundo y terminas en el otro lugar, con 420 minutos de gracia y un jetlag terrible.
Hace dos años, por ejemplo, pasé el cumpleaños más largo de mi vida. En la madrugada del 19 de julio, unos amigos en Berlín me sorprendieron con un pastel gigante, velitas y regalos que me ayudaron a sobrellevar las 10 horas de pánico en el avión de regreso. Una vez en Bogotá, mi familia me estaba esperando para celebrar por segunda vez, a lo que siguió una tercera fiesta con mis amigos. Indudablemente, tenía que replantearme el miedo a volar. Después de todo, no podía ser tan malo tener tantos agasajos en un mismo día.
Sin embargo, aunque a veces nos quejamos de que el tiempo no alcanza y la cantidad de luz no es suficiente para todas las tareas pendientes, hay momentos en que desearías que el “privilegio” llegue a su fin. Algo que sería un regalo del cielo cuando viene la semana de exámenes en la universidad pero que ahora, cuando estás de vacaciones, resulta un estorbo del que te quieres librar cuanto antes.
No exagero: te despiertas a eso de las 3 de la madrugada, queriendo empezar actividades mientras todo el mundo duerme. Y luego, a eso de las 5 de la tarde, viene el ataque de sueño precisamente mientras te tomas un café con alguien a quien no ves hace más de un año. Como el café no surte efecto, intentas descansar un rato pero no sirve de nada porque a las 9 de la noche ya no resistes más el peso de tus párpados. Es inevitable, eres el aguafiestas de tu grupo social, mientras el resto de gente apenas empieza su noche.
Cuando vivía en Francia me saludaban desde Colombia con un “Hola, persona del futuro”, lo que siempre me robaba una sonrisa. Ahora que mi cuerpo aún se considera del “futuro” pero vive en el “pasado”, no parece tan gracioso. Me he convertido en una zombie, a la espera de que por fin la mente se adapte de nuevo a las 7 horas de diferencia. Aunque tal vez no pase. A lo mejor simplemente me estoy haciendo vieja.
Cómo me encanta el jet lag. Una sensación indescriptible. Las maravillas de nuestro mundo! Un abrazo pequeña! Buen artículo.
Jaja.. dicen por ahí que para gustos no hay disgustos. Abrazo!