Van dos meses desde que pisé tierra asiática sin haber comprado tiquete de regreso, con Singapur como puerta de entrada, y sin otra ruta pre-establecida que la inmediatamente presente. Dos meses en los que he aprendido demasiado: de mí, de la gente, del mar, del movimiento, de la vida.
Aunque siento como si ya llevara medio año, hago una y otra vez las cuentas para comprobarlo, con la misma sorpresa como resultado (porque vuelve a impresionarme): en realidad solo van 60 días. ¡Tanto vivido en tan poco tiempo! El viaje desdibujó aquella vida sedentaria, absorbente de energía, y en la cual, la inercia guiaba buena parte de mis acciones.
Dos meses en que me he dejado llevar por lo que venga, aconsejar de otros viajeros, escrito centenares de hojas en una libreta de apuntes imaginaria e infinita. Tomado decenas de fotos al atardecer, y leído más allá del papel, más allá de los nuevos conocidos. Más allá del cielo y el suelo.
Dos meses de haber recuperado la pasión de hacer algo que me encante. Dos meses de nuevas experiencias, de montones de primeras veces, de olores y sabores antes desconocidos, de adaptación y transformación.
Meses en los que no todo ha sido color de rosa, claro, pero con lecciones tan profundas que, en vez de avergonzarme, me enorgullecen de haberlas vivido – para no repetirlas–. ¿El resultado? Escudo de protección al 200%: ¿Quién más va a cuidarte si tu “casa” está al otro extremo del mundo, literalmente? Nadie. Un juego de supervivencia muy divertido, pero en el que tantos oasis pueden ocultar un inmenso desierto.
Dos meses de noches buenas y noches terribles, de pronunciar en inglés como los locales para hacerme entender, de evitar las motos al máximo (aunque haya sido prácticamente imposible), de caerme y levantarme. Meses de esquivar lugares repletos de aquellos extranjeros que hacen lo que no les es permitido o resulta poco asequible en sus países: borracheras o trabas monumentales, turismo sexual o pedofilia.
Dos meses en que he conocido más gente que nunca. De más nacionalidades que nunca. De alegrías y temores, y de cómo superarlos. Meses en que he trabajado a cambio de hospedaje y/o comida, o trabajado aunque al final no me hubieran pagado.
De desconexión y re-conexión. De desaparecer y aparecer, de estar aquí y luego allá, de caminar, de correr, de andar en bicicleta, de levantar peso, de nadar, de bucear, de volar estando en tierra, de soñar.
Dos meses de sol y modorra por el sol. De levantarme, comer, y tomar una seguidilla de siestas hasta que caiga el manto de estrellas. Meses de hamacas, de dormir en buses que paran cada 30 minutos, pese a tener baño, y que hacen de una ruta corta algo gigantesco. Días que parecen noches, noches que parecen días.
Jornadas enteras de noodles, dumplings, spring rolls, arroz, pad-thai, mucho picante…de encontrar diferencias entre las frutas de aquí, y las de mi país, que aunque son las mismas, no tienen el mismo sabor. De litros y litros de agua embotellada. De baños con chorro de agua a presión como reemplazo del papel higiénico. De letrinas en el piso.
De barcos, de mareo por los barcos. De cucarachas en barcos. De cucarachas en restaurantes. De pulgas de cama, de mosquitos y anti-mosquitos. De alejarme de las basuras que aunque no se vean, cada noche se llenan de ratas.
De vela, de tanques de oxígeno, de trajes de neopreno. De “tuk-tuks” y de rechazar a sus conductores una y mil veces. De pedir taxímetros en los taxis grandes. De dólares estadounidenses y singapurenses, rieles camboyanos y baths tailandeses.
De dejar cosas en cada parada, voluntaria e involuntariamente. De cambiar libros por otros, descartar souvenirs y peso extra. De sufrir por haber echado una maleta que se podía reducir a la mitad (porque siempre se puede sacar algo, aunque antes del viaje no lo pareciera). De chanclas y, solo de vez en cuando, botas de trek.
Dos meses de tráfico, de usar mapas, de perderme con los mapas y reencontrarme de nuevo, gracias a locales que dan direcciones en su idioma o que me llevan de nuevo por el camino correcto. De protector solar, de gorro a lo Indiana Jones, de gafas oscuras, bikini o shorts.
Meses de quitarme los zapatos en recintos cerrados. De bañarme hasta 3 veces al día y preferir las duchas de agua fría cuando la temperatura afuera es de 35 grados (y con humedad). De cubrirme en los templos, ver centenares de figuras de Buda, y leyendas brahmánicas estampadas en piedra. De oler tantos tipos de incienso… y tantas especias en los mercadillos.
De lavar a mano y mandar a la lavandería. De hacer y deshacer la maleta. De negociar. De proponer intercambios. De despedidas, encuentros, reencuentros y desencuentros. Dos meses de clases de todo tipo, sin retribución explícita. Meses de agradecer y seguir avanzando sin saber cuándo ni cómo terminará este presente. Meses de reír y de vez en cuando, llorar. ¡De pensar sobre tanto y también sobre tan poco!
Yendo adonde surja, sin planear mucho, sin tener todo absolutamente preparado. ¡Eso sonaba tan lejano en mi vida pasada! Parecía imposible adorar la improvisación, encontrarle el gusto a la libertad . Sí, porque por momentos nos gusta cargar pesados collares, incluso de ahogo, como los perros. Y otras veces, cual Síndrome de Estocolmo, nos enamoramos de nuestros «secuestradores» y terminamos pensando que aquella retención contra nuestra voluntad es algo «normal».
Sin embargo, ahora que me hago mil preguntas, aún quedan dudas sobre la belleza de la incertidumbre. ¿Cuánto habré cambiado cuando el camino me ordene parar? Veremos.
Amiga!!’ Que buena experiencia! Yo sigo extrañando tus megalocheras y los millones de cocas!!! Nos vemos en el camino! Abrazo inmenso
Jajaja aún sigo con mis loncheras pero me toca comprar a cada rato. Afortunadamente, la comida es barata. Si no, ya me hubiera tocado regresarme hace rato porque… ya sabes que no me gusta pasar hambre jajajaja
Wow, enjoy this wonderful adventure and thanks for keeping us posted ???? beautiful ?
Thanks for reading me! And please say hello to the family (tell them I’m sorry for writing in Spanish, by the way :P)
Hola, me hace gracia tu nombre, vieja que viaja? es mucha indiscreción preguntarte la edad? porque no pareces vieja para nada…..a no ser que te sientas así claro.
Hola! Jejeje para nada. Es que en Colombia (mi país) no le decimos «vieja» a una señora de edad avanzada sino a una chica en general. Así como los españoles llaman «tía» a cualquier chica… jajaja. Pero tengo 29 😉
Me ha encantado Paula! muy identificado con muchas cosas que dices. Escribiré pronto sobre viajar con alergias y veo que también tienes. Acá en Asia se me despertaron y me estaban volviendo loco. Ya no estan tan mal pero sin lugar a dudas afectan el viaje. Espero todo ande muy bien y a lo mejor nos vemos en la ruta. Estoy en Siem Reap hasta el 19 de Mayo, luego Ho Chi Minh hasta el 29 del mismo mes y despues Seúl. Un gran abrazo y la mejor energía!
Jajajaja alergias por los bichos!!! Yo estaré por Tailandia hasta junio porque tengo visa hasta el 15. Luego creo que pasaré a Laos y luego Vietnam! Me cuentas qué tal por Corea, a lo mejor también voy porque los colombianos no necesitamos visa, yujuuuuuu
Que gran experiencia de aprendizajes! Disfruto leerte ?