Dicen que los miedos hay que afrontarlos y por más que los encaro, siguen ahí… intactos. Esta vez, mi esfuerzo por superar el miedo a las alturas llegó hasta los árboles de la selva, en la Reserva Tanimboca del Amazonas colombiano.
Antes de viajar a Leticia, capital del departamento del Amazonas, ya había visto a grandes rasgos lo que se podía visitar y cometí -muy a propósito- una omisión que mi prima, compañera de viajes en ese momento, no dejó pasar: el canopy entre plantas de más de 35 metros de altura de la Reserva Tanimboca del Amazonas.
Yo había intentado meter el cambiazo de aprender «artesanías indígenas», un plan que proponían en el hostal donde nos estábamos quedando, pero no coló. Después de su insistencia, y de que la relación precio-interés de lo otro era indefendible, obviamente tuve que ceder. Y en menos de nada, terminamos en la Reserva Tanimboca del Amazonas, caminando entre el espesor verde, hacia donde íbamos a escalar y descolgarnos por entre las ramas, a lo Tarzán.
«Aaaayyy Dios», pensé, una vez más (seguido del «yo pa’ qué me meto en esto», «quién me manda ponerme a sufrir», «pa’ que me puse a abrir mi bocota», etc, etc, etc). Y allí cerrar los ojos no era una posibilidad: ante semejante paisaje, hubiera sido un sacrilegio. Así que pretendí, simplemente, dejarme llevar.
En la Reserva Tanimboca del Amazonas, después de pagar un dineral por una hora de canopy (unos 60.000 pesos: 20 dólares en su épica), llegamos por fin al árbol que marcaría el inicio de esta nueva aventura. Nos armamos de arneses, cuerdas, ajustes, casco… y yo, además, de una dosis de valor que busqué donde no había, para empezar a escalar.
Subir a los árboles de la Reserva Tanimboca
Era fácil: había que hacer sentadillas, pero en el aire. En menos de nada, avistaba el horizonte desde la mitad del árbol.
Estábamos tan aseguradas por todas partes que el miedo era controlable… pero los fantasmas igual atacaban: «Si este seguro se suelta y voy en caída libre, ¿será que me mato o sobrevivo?», «No debo pensar esto ahora», «Ya falta poco»… Infinidad de voces en mi cabeza. ¿Esquizofrenia?
Poco a poco me fui relajando, porque, una vez estando arriba, entre árbol y árbol no se siente vacío. Es más, hasta disfruté el último trayecto. Lo difícil es lanzarse. Para terminar, no pude evitar llorar del susto, porque tenía que bajar del árbol (no iba a ser Tarzán el resto de mi vida). Como vi que el guía bajaba rápido a los que querían emociones fuertes, me asusté. Igual puede hacerse lentamente así que mi mayor angustia no tenía razón de ser.
En el próximo viaje, mi prima, para convencerme de ir a una cueva en Santander que termina en un abismo, usó la misma frase retadora: «Esta Vieja Que Viaja sí que es bien miedosa»… pero contrario al canopy, no bajé la guardia. Ya era too much.
¿Cómo llegar?
Desde Leticia, tomar un bus, un «tuc-tuc» (mototaxi con cabina) o un taxi normal hacia el km 11 y pedirle al conductor que avise cuando llegue a la Reserva Tanimboca del Amazonas.
Consejo mochilero
Los guías seguramente intentarán venderles uno de sus principales atractivos: dormir en una casa en el árbol. Pero la opción «no aguanta» para los que viajamos con bajo presupuesto porque sacan un ojo de la cara por la nochecita a lo Robinson Crusoe.
Muy cerca de Tanimboca, a unos cinco minutos a pie, está el hostal Omshanty, donde nos quedamos, en el que cobran 15.000 pesos la noche y tiene todas las comodidades de un albergue: cocina, baño, ducha y camas con mosquitero. ¡¡Recomendable 100%!!
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