Me llevo haciendo esta pregunta hace ya bastante tiempo, pues siempre que viajo, coincido en el otro lado del mundo con gente tan cercana, que de verdad empiezo a creer que al final nada, ni lo que consideramos un encuentro efímero, es mera coincidencia.
El último episodio sucedió en Vietnam este fin de semana, a 18.000 kilómetros de distancia (por avión) de Colombia. Aquí conocí a una compatriota a quien llamaré Ye, que resultó ser íntima de una amiga del colegio de Bucaramanga (mi ciudad natal). What????? Cuando vi sus fotos del Instagram, una cara me sonaba conocida… hasta que le pregunté si ella era… y sí, si era. Era mi compañerita de adolescencia.
Ahora Ye vive en Halong Bay, Vietnam, con su familia, y también enseña inglés, como yo en este momento. Y mi antigua amiga tal vez venga en unos meses, a visitarlos y enseñar inglés. Quién sabe si nos encontremos, porque no sé qué será de mi vida para entonces.
Pero el caso: ¿cómo suceden estas cosas, estando al otro lado del mundo, y habiendo alrededor de un centenar de colombianos en Vietnam? ¿Cómo terminas coincidiendo con alguien de quien nunca volviste a saber nada, de quien no quedó ningún vínculo ni en Facebook, Instagram, Twitter, o la casi infinita lista de redes sociales de ahora?
Debe ser que definitivamente, estamos predestinados a volver a las mismas situaciones, a los mismos sitios, a las mismas personas, una y otra vez y sin proponérnoslo. Caminando en círculos, como si el mundo no fuera así de grande.
¡Como si estar en Vietnam, Canadá, Nigeria o Alemania, diera prácticamente lo mismo! Un día aquí y el otro allá, como si las distancias no importaran, como si pudiéramos encontrarnos a nuestro pasado en cualquier esquina.
La vez pasada
Ya me había sucedido algo similar en Hong Kong. Como les conté en este video, fui renovar mi visa de Vietnam. Mi hospedaje sería en Couchsurfing.
Pues antes de llegar, mi «host» en Hong Kong me había dicho que una española también se quedaría en su casa y así podríamos hablar nuestro idioma. Cuál sería mi sorpresa cuando la persona con quien había estado hablando esos días por Whatsapp no era alguien nuevo para mi.
«Yo a ti te conozco», le dije.
También viajera, nos vimos por primera vez en Chiang Mai. Una amiga peruana me la presentó, aunque no hablamos mucho porque ambas seguimos nuestros viajes. Nunca guardamos el contacto. Ella se fue a Malasia. Yo, a Myanmar. Luego se devolvió a España. Yo, a Vietnam.
Ella pasó un par de meses en Madrid y luego a Indonesia. De Bali a Hong Kong. Y resultamos en la misma casa, los mismos días, sin haber coordinado nada ni vuelto a hablar desde el norte de Tailandia.
¿Será que hay una conexión mucho más allá de lo material con quienes nos encontramos por el camino? ¿O será que los viajeros terminamos siendo los mismos y por ello nos podemos ver en cualquier lugar sin una cita preestablecida?
Porque los reencuentros coordinados son fáciles (prueba fehaciente es que en este viaje por el sudeste asiático he coincidido con más de uno), pero otra cosa es cuando no hay nada planeado y las personas reaparecen en tu vida sin más explicación que estar en el momento preciso.
También dentro del país
No solo sucede de extremo a extremo del globo terráqueo: una vez en Colombia me fui a viajar sola por el sur del país. Vivía en Bogotá (centro) y me fui a explorar el Putumayo, una región que me producía curiosidad: había escuchado maravillas de ella, pero como en el pasado era zona de influencia guerrillera, en mi mente – en y la de muchos colombianos promedio- visitarla estaba prohibido.
Como la situación cambió, me aventuré a ir en una Semana Santa. La experiencia terminó siendo tan inesperada que aún no la olvido, por la belleza de sus paisajes, la riqueza de sus indígenas, su selva amazónica, y la limpieza espiritual que me ofreció.
Pero para no desviarme del tema, subí de allí a Bogotá por San Agustín: un lugar con yacimientos arqueológicos muy hermosos, del que tampoco conocía nada. Allí contraté un tour a caballo y pasé el día con una pareja que resultó ser igualmente de Bucaramanga.
Hablamos de todo y de nada mientras visitábamos, tomábamos fotos e incluso almorzábamos, hasta que en algún punto de la conversación surgió el tema de los estudios universitarios. Los habían hecho en el mismo lugar donde mi papá enseñaba… y en la misma carrera. Habían sido alumnos de mi papá.
De Bucaramanga a San Agustín. Casi 1000 kilómetros de distancia entre ambas ciudades, y de nuevo, lo mismo: miles de turistas viajando por Colombia, pero nosotros nos encontramos allí. Se imaginarán con quién regresé a Bogotá (porque resultó que vivían también en la capital y no solo eso: a pocas calles de mi casa de entonces).
Insisto: ¿Por qué a veces en nuestra propia ciudad resulta casi imposible coincidir con alguien, y viajando, lejos de nuestra vida «normal», descubrimos gente con quien compartimos hasta el más íntimo conocido?
No quiero ponerme a filosofar demasiado o a plantear cuestiones metafísicas pero… ¿acaso existen?
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