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Me llamo Paula, y era periodista en Colombia, con más de 6 años de experiencia en grandes medios, cuando renuncié, vendí lo que tenía, y me fui sola por el mundo.

Tuve experiencias espectaculares y otras no tanto, y aquí intento contártelas de la manera más honesta.

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“Negar la tierrita es negar a la mamá”

Hace unos años, compartía apartamento en Bogotá con un amigo que, como yo, era visitante en la grisácea capital colombiana. Era de Boyacá, región donde los campesinos suelen llevar pesadas ruanas de lana (similares a los ponchos mexicanos) para el frío.

Un día de temperatura extrema -unos 6 grados centígrados- en esta ciudad de 8 millones de habitantes, llegué a mi casa y lo encontré en una esquina, sentado y vistiendo una de ellas que lo cubría desde los hombros hasta los pies.

Ante mi risa instantánea y la pregunta obligada de “tú que haces metido en eso????”, lo único que balbuceó, en su estado casi vegetativo fue: “Paulita, es que el que niega la ‘tierrita’, niega a la mamá”.

Desde entonces, llevo esa frase muy presente porque hay costumbres muy de tu casa, región o país que, aunque viajes, nunca lograrás disimular.

En Colombia, por ejemplo, nos enseñan desde niñas a lavar la ropa interior -‘cucos’, tangas, bragas, o como quieran llamarla- cada vez que nos duchamos. De tanto hacerlo, el cuerpo ya responde por inercia, así que en el extranjero, hay que esforzarse para recordar que esa ropa NO se va a alcanzar a secar. A veces, sin embargo, nos damos cuenta después de lavarla y el secador nos salva. O peor: terminamos extendiéndola en el carro de nuestros guías, si son de confianza y no les da asco. Si no, hay que aguantarse con todo mojado hasta el próximo destino.

Los santandereanos tenemos fama de bravos. En la foto, el pueblito de Barichara, Santander
Los santandereanos tenemos fama de bravos. En la foto, el pueblito de Barichara, Santander

También es complicado cambiar la manera de hablar. En Santander, región del centro-oriente de Colombia, nos referimos a los demás de ‘usted’, somos sinceros y directos, y nuestro tono de voz es fuerte. Eso, para la gente de afuera, implica una distancia incómoda en la conversación, y a nosotros nos trae la fama de malgeniados, posiblemente algo injusta. Así que nos mandan a callar frecuentemente y de paso, nos crean la reputación de que vivimos peleando a toda hora.

En el exterior, usar frases coloquiales de tu país te puede hacer sufrir  a la hora de hacerte entender. “Voy a coger un bus” o “me montaré al tren” en México o Argentina, despiertan una que otra sonrisa. Y si en España entras a un bar y pides que “te regalen” esto y lo otro, siempre habrá alguien que te responda, con cara de puño, un “aquí no regalamos nada”, pese a que, obviamente, lo ibas a pagar.

¡Ay la ‘tierrita’! Al final, siempre sale a flote. En vez de negarla, lo mejor es aprovecharla para “romper el hielo” en los viajes.

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