Putumayo me llamaba desde hace mucho, pero siempre lo había esquivado por el pasado de violencia que, inevitablemente, se asociaba en Colombia a este departamento.
Después de darle vueltas un par de días y de confirmar que tendría una semana de vacaciones en aquel año para llegar así de lejos, me lancé al vacío, aunque no caí como las aguas de sus cascadas, cuando chocan violentamente contra las piedras mojadas.
Por el contrario, el Putumayo me recibió en un lecho esponjoso del que me costó -y aún me cuesta- despegarme luego de probarlo brevemente.
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En bus, de Bogotá a Mocoa
En un arranque de valentía, compré el pasaje de bus en la Terminal de Transportes de Salitre, y luego de 12 horas desde Bogotá, que se alargaron a 16, llegué a Mocoa sin conocer a nadie, y con la mochila y la cámara como únicas compañeras. Extrañaba esa sensación. ¿Precio? Unos 75.000 pesos (23 USD, a la tasa de comienzos de 2020).
Desde el bus, la mística se colaba entre los poros.
Esas montañas imponentes, vestidas de verde ya anunciaban las bondades de un destino que, lastimosamente, aún es desconocido para muchos colombianos.
Aunque ahora nos aventuremos más a conocer este país maravilloso, luego de la firma de la paz con las FARC, aún falta vencer aquellos miedos que infundó el conflicto armado. En Putumayo, por ejemplo, la mayoría de turistas son extranjeros mientras que los colombianos aún dudamos explorar nuestro propio país.
Finalmente, toqué tierra putumayense (¡pensé que nunca llegaría!). Lo primero, comer -odio pasar hambre-, y la sorpresa del precio: 4.500 pesos por un almuerzo (1,2 USD).
Lo segundo, buscar la posada Dantayaco, donde me iba a hospedar durante una semana.
El hospedaje en Putumayo
Así, y preguntando en la capital de Putumayo, conseguí una camioneta pequeña que me llevó hasta el hostal, en la vía de Mocoa a Villagarzón. Y allí terminé acampando los cinco días de la Semana Santa, porque quedaba cerca a varios sitios turísticos como la cascada del Fin del Mundo y el Mariposario.
Los cinco días transcurrieron entre caminatas, contemplación, barro y muuuucha lluvia.
Erróneamente imaginé un calor ‘pegachento’, mega-húmedo, como en Leticia, Amazonas, por lo que dejé el abrigo en Bogotá. ¡¡¡Grave error!!! Cada noche resultó un suplicio porque moría de frío… aunque luego resucitaba en las mañanas. Toda una oda a la Semana Santa.
En cada recorrido, además de admirar los paisajes, también pedíamos «permiso» antes de entrar a lugares indígenas sagrados, unos sitios maravillosos de los que hablaré próximamente.
¡¡¡¡Y con razón los consideraban sagrados!!!! Roban suspiros, inspiran preguntas de tipo «¿qué es la vida?», «¿por qué estoy aquí?» y exclamaciones a lo «¡Qué grande es todo esto y qué minúscula soy!» (ACLARO: no me estoy volviendo loca).
Nuestro guía de la posada hacía paradas no sólo para recuperar el aliento, sino también para reflexionar sobre lo que íbamos viendo. Nos daba a mascar «pepitas» de cardamomo mientras él «mambeaba» (mascaba hoja de coca), y al retomar la caminata, cantaba un par de melodías que, por supuesto, me grabé en una de tantas notas mentales que quedaron de este viaje.
Las que más recuerdo son:
Y también esta (ayyy, se me ponen llorosos los ojos, ¡de la nostalgia!):
Siempre lo he dicho, Colombia tiene un potencial increíble en ecoturismo. Pero el Putumayo… es diferente, es mucho más que eso. ¡No sabría explicarlo! Tal vez no es sólo la naturaleza en sí, sino también las comunidades indígenas que viven allí – ingas, kofan, y otras-, que dan relevancia a tanta belleza.
No sé por qué no había ido antes a semejante diamante en bruto. 28 años sin haberlo conocido… ¡Vaya desperdicio!
El derrumbe de Mocoa, en 2017
En años posteriores a este viaje sola al Putumayo, ocurrió una tragedia en Mocoa, justamente por las lluvias intensas, más o menos por las mismas fechas en que yo había ido. Entre el 31 de marzo y el 1 de abril, se desbordaron los ríos Mocoa, Mulato y Sancoyaco. Más de 300 personas murieron tras esos deslizamientos de tierra.
Así se recuperó la población del duro golpe.
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Hermoso!! Definitivamente es un destino que se debe conocer en nuestro propio país! Este post me contagió las ganas de ir. Un abrazotee
Vamoooooos!! Yo vuelvo pq vuelvo <3
Soy de Medellín y vivo en Mocoa hace 5 años. La primera vez que vine fue solo para conocer y quedé totalmente enamorada de este lugar. Los primero que pensé cuando vi estas montañas fue: voy a vivir acá! Putumayo es un lugar mágico, excepcional. Sus ríos son algo que te quita el aliento, demasiado hermosos. Y cuando hace frío: neblina en las montañas… Putumayo es agua brotando hasta de las piedras.
No dudo que te hayas querido ir a vivir allí! Es un lugar impresionante, siento demasiada nostalgia. Por ahí dicen que el que bebe agua del Putumayo vuelve… yo sigo en el embrujo, y seguro volveré… 🙂 Gracias por leerme!