Lo primero que te dirán en el sudeste asiático es que rentes una moto: facilidad para sacarla (no piden gran cosa, dependiendo del país), y módico precio. Sin embargo, la inexperiencia, o el desconocimiento de cómo conducir allí te pueden jugar malas pasadas.
Mi experiencia con los «tatuajes asiáticos»
Así es como se les llama cariñosamente a las cicatrices de accidentes de moto en el sudeste asiático.
Los siniestros, generalmente, no son terribles: no puedes alcanzar velocidades exageradas debido a curvas, carreteras destapadas o el caos de manejar sin respetar ninguna regla de tránsito, como en Vietnam.
Sin embargo, sí pueden generar malestar y terminar forzadamente tu viaje, sin haberlo disfrutado al máximo.
En mi caso, una caída en mi primera «manejada» en Camboya hizo que me abstuviera durante seis meses de alquilar motos, hasta que tuve hacerlo, sí o sí, cuando viví 8 meses en Vietnam para enseñar inglés.
En Vietnam, si no vas en moto, no te respetan como persona. Así que era un tema de supervivencia.
Pero… ¿cómo fue ese fatídico primer contacto con una moto?
Primera vez y primera caída en Camboya
Recién iniciaba mi viaje sin tiquete de regreso. Ya había pasado por Singapur, la ciudad más cara del mundo, como primera parada en el continente, y estaba a la expectativa de entrar al «verdadero» sudeste asiático, muy distante de la modernidad y los rascacielos del país del tigre.
Entonces, tuve un paso muy rápido por Phnom Penh, la horrible capital de Camboya, con su respectivo estrellón en temas de hospedaje. De allí, a Siem Reap, casa de los maravillosos templos de Angkor, y luego a Battambang (cerca a la frontera con Tailandia), que supuestamente era una ciudad más tranquila. Ese fue el escenario de la debacle.
Ver también: ¿Por qué NO hacer Angor Wat en bicicleta?
– ¿Sabes manejar una bicicleta?
– Sí, claro.
– Bueno pues esto es lo mismo. ¡Es súper fácil!
Esas eran las conversaciones constantes en los hostales. Finalmente, me aventuré a manejar moto por primera vez en mi vida. Me sentía con toda la disposición de aprender cosas nuevas. Tenía la actitud para iniciar mi «carrera» como motociclista. Pero claro, no todo era «actitud».
Como estaba, justamente, en una habitación compartida, le pedí a un compañero de cuarto (que ya tenía experiencia) que me acompañara a negociar la moto y escogerla, en primer lugar. Y en segundo lugar, a ir conmigo por si yo sentía que, definitivamente, no era capaz (para que él la pudiera manejar de vuelta).
Ya sé, ya sé: «Qué irresponsable llevar a alguien atrás cuando ni siquiera has aprendido tu sola… ¿Cómo se te ocurre hacer eso? ¿Cómo va a ser lo mismo que ir en bici? ¿ Y sin permiso de conducir?»
Ya he escuchado las mismas preguntas-regaños infinidad de veces. Lo cierto es que, en el momento, ni lo pensé.
Aprender la lección, a coscorrones
Obvio había escuchado las historias de caídas en moto, pero jamás imaginé que me pasaría. Por eso, esta pregunta ni la evalué. Sacamos la moto y mi vecino me enseñó brevemente a avanzar, frenar, girar… lo básico. Como salíamos al campo, ya no había muchos vehículos por la carretera. ¡Me gustaba sentir el viento en la cara!
Hasta que decidimos meternos por una carretera destapada y pensé que sería la misma historia, pero yendo un poco más lento. No contaba, obviamente, con que una vaca se pudiera atravesar de repente, lo que, en efecto, pasó. Frené intempestivamente y la moto se fue al suelo.
Caímos. Como iba en shorts (ya sé, otra muestra de irresponsabilidad), las raspadas fueron poderosas. No eran profundas, pero la superficie de las heridas era amplia, en ambas rodillas y en los codos.
Cuando regresábamos al hostal, tomé la decisión de no volver a conducir «nunca más». Había aprendido la lección a coscorrones.
La infección de las heridas
Como eran solo raspadas, pensé que me curaría rápidamente limpiando bien las heridas, y echándome Isodine (yodopovidona). Así duré una semana, pero sentía que algunas no estaban haciendo bien el proceso. Estaban amarillas y calientes. La piel de alrededor se me hinchaba.
– Te estás limpiando con agua de botella, ¿verdad?
– No, con el agua del grifo.
– Esa agua está llena de microorganismos. No deberías lavarte con eso las heridas abiertas.
Ahhhhh… ¡Bonita hora de decirlo! Igual era medio obvio porque allá siempre había que tomar agua embotellada, pero no se me ocurrió.
La recuperación
Había decidido curarme sola –pese a que nunca viajo sin seguro de viajes-, porque, aunque las heridas eran grandes, ya me había caído mil veces de bicicletas, patines y demás. Pensé que no necesitaba ir al médico.
Y también porque mis compañeros de hostal me asustaron.
– Ni se te ocurra ir al médico.
– ¿Por qué?
– ¿No has visto los hospitales que tienen aquí? ¿El nivel de higiene? ¿Las calles? ¡Te amputarán las piernas!
En todo caso, las heridas ya estaban infectadas y debía ir a Phnom Penh para tramitar la visa a Tailandia desde allá (si eres colombiano y estás en ese país, solo se puede hacer el trámite previo, directamente en Embajada).
Imaginé que en la gran ciudad debían tener, sí o sí, un buen hospital, así que llamé al seguro que había contratado antes de salir de Colombia. Me enviaron a una mega clínica tailandesa que parecía un centro comercial, entre las chabolas (o favelas) de un barrio lejos del centro.
Allí el doctor me dijo que tendría que rasparme y levantarme todo lo que estaba amarillo (o sea, prácticamente todas las costras que se me habían formado), para que la herida quedara al rojo vivo de nuevo, y por tanto, recomenzar el proceso.
Solo añadiré algo más: todo fue sin anestesia.
Lo que cubrió el seguro
En esa semana, frecuenté la clínica unas tres veces más, para que me limpiaran ellos mismos, y regresé a Battambang, donde había dejado mis cosas. También porque desde allí cruzaría, ya con visa en mano, hacia Tailandia por tierra.
Obviamente, no dejé la clínica sin un kit de aseo y antibióticos: mi salvación. Seguí limpiándome y tapándome las heridas hasta que finalmente sanaron en el país vecino.
¿Qué cubrió el seguro en su momento? Absolutamente todo. No tuve que pagar por anticipado en la clínica (menos mal, porque las cuentas de cada limpieza sobrepasaban los 150 USD con medicamentos, y la sesión de «raspado» y revisión estuvo por los 200 USD).
Lo único que tuve que hacer, en su momento, fue llevar mi pasaporte y enviar copias de todas las facturas que me entregaban en el hospital.
Sin embargo, no puedo recomendar este seguro porque me dejó tirada un tiempo después en Mongolia, cuando tuve una indigestión que me dejó en cama por una semana. No me quisieron atender, pese a haber pagado puntualmente cada mes.
CONSEJO: busca un seguro de viajes que se adapte a tu recorrido y actividades. Revisa su duración, el monto de cobertura (si hay co-pago, sistemas de reembolso, o si ellos cubren todo directamente). Lo que ahora uso es este buscador, que te permitirá comparar varias opciones.
Tips para evitar accidentes de moto en Asia
Ahora sí, a lo que vinimos. ¡Aplica estos tips y reduce el riesgo cuando estés en el sudeste asiático!
Evita conducir si no tienes carnet o licencia internacional
Aunque sea tan fácil alquilar las motos sin ningún tipo de control, intenta evitarlas al máximo. No solo por los accidentes sino porque, aunque en algunos lugares no sean exigentes, los policías de tránsito te cobrarán una importante multa, si te paran y no tienes licencia o carnet de conducción.
¿Sanciones por violar la ley? Claro, es lo más normal del mundo, pero no te confundas porque los locales siempre la infrinjan. Una cosa es que tailandeses y vietnamitas lo hagan, y otra, muy diferente, tú como extranjero/a.
Recuerda: como extranjero siempre serás presa fácil de sobornos.
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Adonde fueres, haz lo que vieres
Si definitivamente estás obligado a sacarte una moto, debes adaptar tu forma de conducir a la del país.
No vayas con ínfulas de profesor-del-primer-mundo-enseñando-cómo-se-hace-correctamente. NO!!! Hay que seguir lo que ellos hagan al pie de la letra. Esto significa:
Ir siempre lento
Aunque parezca ilógico que la gente logre movilizarse en medio de esa anarquía, hay un punto clave para evitar los accidentes de moto en el sudeste asiático: la velocidad paquidérmica. Tan sencillo como eso.
¿Por qué? Pues porque si vas a 20-30 km/hora, vas a tener el tiempo suficiente de reaccionar si se te aparece una moto en contravía, si se te cruzan de la nada para girar, o si paran de un momento a otro para recoger/dejar a alguien, en plena autopista.
Si aceleras mucho, ahí sí puede ser realmente peligroso. Tú no tendrás la culpa del accidente, obviamente, pero eso no importará porque como extranjero/a, siempre llevarás las de perder. Por eso digo: síguelos a ellos, y todo estará bien.
Pitar cada vez que vayas a girar
Apenas llegues al sudeste asiático, seguramente te fastidiará la «pitadera» a toda hora. Pues bien, esto tiene una razón de ser: ellos no miran los espejos, así que cuando van a girar de repente, pitan.
O sea, sonar la bocina en el sudeste asiático no significa necesariamente quejarse o insultar a alguien. ¡No te ofendas! Es su manera de avisar que van a hacer algo de un momento a otro, se van a meter por alguna callecita donde no hay visibilidad, etc.
Revisar muy bien las motos que alquiles
Una de las tantas estafas del sudeste asiático consiste en alquilar motos en deficiente estado. Esto, para que las regreses a los diez minutos y te digan algo así como: «Ah, eso no estaba así, usted la dañó».
En ese caso, te cobrarán un mundo de plata (básicamente lo que ellos quieran), a cambio de devolverte el pasaporte que seguramente habrás dejado como depósito.
Nos pasó con una amiga francesa que hice viajando, cuando sacamos unas motos en Laos. Obviamente, ese detalle le amargó la estancia en Vang Vieng, un lugar con paisajes de locura.
Para evitar problemas, antes de sacar cualquier moto, revísala muy bien, antes de sacarla del local. ¡No solo en cuanto a frenos y motor! También espejos, rayones, etc.
Graba un video mostrando cada parte de la moto. Tómale todas las fotos que puedas. Y sobre todo: ¡No dejes tu pasaporte con desconocidos! O quedarás a merced de lo que les dé la gana pedirte.
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