Tenía miedo de ir a China. Me daba pánico tener que seguir peleando sola en países ajenos y tan opuestos a nuestra cultura, después de lo que viví en Vietnam. Sobre todo porque los estereotipos de los chinos se resumían en la siguiente frase: «Si la pasaste mal en Vietnam, prepárate. Los chinos son peores«.
La idea entre los extranjeros que conocí en Hanoi era que los chinos respetaban aún menos el poder de la palabra, las promesas y los contratos: «Venden hasta a la mamá», solía escuchar. Eran escandalosos, maleducados, sucios, andaban en masa a todas partes, y si te los encontrabas en soledad, caerías como Mufasa en el clásico de nuestra generación, el famosísimo Rey León. Esas, aclaro, eran las frecuentes advertencias. Estereotipos de los chinos al 100%.
Los esterotipos de los chinos entre asiáticos
Contenidos
Ni qué decir de los esterotipos de los chinos que tienen otros asiáticos. Los vietnamitas se ofenden si les dices que se parecen a los chinos (pese a que también celebran el Año Nuevo Lunar y tienen algunas costumbres similares).
En Laos, y en temporada mega alta por la fecha antes citada, los locales se quejaban de la «invasión» del norte que llegaba por esa época (pese a recibir buen dinero del turismo chino). Igualmente en Tailandia, en Camboya… y en Hong Kong, ¡ni se diga! Aunque dada toda la historia de esa Región Administrativa Especial y su pasado colonial británico, era algo más comprensible.
En Mongolia, cuando un amigo mexicano quiso practicar chino con un mongol que conocía la lengua, otros locales le rogaron prudentemente que no hablara ese idioma en Ulan Bator, si no quería recibir malos tratos. Obviamente, a causa de los esterotipos de los chinos.
Vamos, que prácticamente en ningún lugar de Asia había escuchado nada bueno. Nada es nada. Todos odian a los chinos. ¿Y ellos a quiénes odian? Pues a los japoneses. Y así, en el transcurso de ese año y medio que pasé sola en Asia fui descubriendo una seguidilla de odios internos que, por supuesto, no había aparecido de la nada.
Estaba motivada por la turbulenta historia de invasiones y guerras en Asia cuyas consecuencias no se podían borrar de tajo. Aparte, claro, de la todopoderosa economía china, con tentáculos en todas partes.
¿Ya tienes tu seguro de viajes? Cotiza los mejores precios a través de este buscador.
«Bienvenida a China»
Crucé a China desde Hanoi. Apenas obtuve la visa, y recuperé los diplomas que mi empleador vietnamita pretendía robarme, pasé la frontera. Los estereotipos de los chinos quedaron borrados de mi mente. No lo creía. Habían sido ocho meses de pesadilla. ¿Salir de Vietnam? ¿Definitivamente? Necesitaba pellizcarme para creérmelo. De alguna manera, ese país me hacía sentir hundida en un pozo sin fondo. Allí me veía gritar y escuchar mi propio eco… sin respuesta.
Había intentando escalar del hoyo y salir por todos los medios. Había luchado y finalmente ganado, pero nunca me sentí totalmente victoriosa. ¿Por qué? Simple y llanamente porque en pasadas ocasiones había creído que la depresión vietnamita había llegado a su fin, pero esta no terminaba del todo.
En Vietnam, ese estado de tensión absoluta nunca desaparecía. La marea bajaba por momentos pero repentinamente volvía a subir. No podía relajarme. Debía permanecer con las botas puestas y lista para pelear. Afortunadamente, tenía unos pocos amigos vietnamitas que contaban como por cien, que me aligeraron la carga. Con ellos (ya saben quiénes son), siempre estaré profundamente agradecida.
Volvamos al paso de frontera, adonde había llegado en bus desde Hanoi. Por alguna razón, imaginé que no me dejarían pasar. Era la angustia que me provocaba Vietnam, sumada al hecho de tener un pasaporte colombiano.
Cuando el oficial consultó mi nacionalidad, no para preguntarme si llevaba drogas sino para decirle a la máquina que me hablara en español, respiré profundo. «Bienvenida a China», balbuceó la voz robotizada.
Casi se me salen las lágrimas. Me dieron ganas de tirar las maletas al piso, arrodillarme y besar el suelo.
Quería abrazar a los desconocidos que me rodeaban, compañeros de bus, pero me contuve: en Asia hay que mantener las distancias porque el contacto físico es prácticamente un tabú, y eso ya lo tenía bien interiorizado. Pero… ¡Qué importaba que no tuviera con quién celebrar! Estaba al fin fuera de esa pesadilla…
Otros estereotipos de los chinos
Otra advertencia que me habían hecho infinidad de veces era que apenas cruzara frontera, no iba a poder respirar. La contaminación era tal, que definitivamente no podría caminar sin máscara. Es decir, sería aún peor que Hanoi, donde era difícil observar el cielo azul por la capa de contaminación que cubría la ciudad.
En mi mente, cuando me hacían este millón de comentarios, pensaba: «Después de Vietnam, resisto lo que sea». Era mi mantra, mi oración: «Después de esto, resisto lo que sea». Y recordé cuando, antes de iniciar este viaje sin tiquete de regreso, tanta gente me decía que me iba a pasar de todo, cuando nunca habían pisado esos territorios ni viajado en solitario. Así mismo, los estereotipos de los chinos también venían de quienes nunca se habían atrevido a conocer semejante país.
«Después de esto, resisto lo que sea», repetía y repetía para mis adentros. ¿Malos tratos, contaminación? Todo lo podría superar porque, de hecho, Vietnam me hizo poderosa. Ese callo quedó, creo, para el resto de mi vida. «Después de esto, resisto lo que sea», recuerdo ahora, meses después de haber cerrado aquel episodio.
Apenas me bajé del bus en Nanning, sur de China, corrí a comprar una SIM local, porque en esos países no hablaban mucho inglés y China no sería la excepción. Los traductores me habían salvado la vida hasta el momento, junto con una gran sonrisa y una capacidad histriónica que disfruto explotar.
Así que entré a una tienda de celulares, y pregunté por una SIM. La persona encargada me recibió muy amablemente, aunque no hablaba inglés. Con su traductor me dijo que no podían vendérselas a extranjeros. Simplemente no estaban autorizados. Le pregunté entonces cómo llegar a otra estación de buses para finalmente descansar en Guilin, mi primer destino formal en el gigante asiático.
Me lo indicó, entre traductores y señas. Debía tomar metro y luego, caminar unos pasos. «¿Cómo se dice ‘metro’ en chino?», pregunté. Me enseñó. Cuando ya salía a caminar de nuevo, insistió: «¡Bienvenida a China!»
Verde que te quiero verde
El viaje por tierra desde Nanning a Guilin me convenció de que, en efecto, una cosa era lo que decían quienes no habían ido, y otra, la realidad. Tenía mi máscara preparada pero lo cierto era que hacía rato no veía tantos paisajes verdes.
China era muy grande como para reducir todo a la contaminación de Pekín. Inmensa, para meter a los mil millones de habitantes en esa bolsa de estereotipos de los chinos. Al llegar a Guilin y ver su paz, sus templos, sus alrededores y sus montañas de otro planeta, confirmé que, en efecto, había tomado la mejor decisión.
Ya lo intuía desde el principio: conocer China por tierra, la China profunda, sería una sorpresa. Positiva, afortunadamente, para mi tranquilidad
¿Te da miedo viajar sol@ a China? ¡No te preocupes! Cotiza aquí los mejores tours en español en el gigante asiático
*Código de ética: Este post contiene algunos enlaces de afiliados. Eso significa que si los usas, me estás ayudando para seguir alimentando este blog.
Felicidades por tus experiencias y gracias por compartir!!! haré la entrada a Asia via Rusia a traves del transiveriano. Tienes idea si puedo sacar la visa a Mongolia en alguna cd rusa cercana? Ya q en Mexico no hay embajada. Saludos y adelante!!!
Hola! Muchas gracias por escribir. Claro que sí, en Irkutsk hay consulado de Mongolia e igualmente en Ulan Ude, la ciudad rusa inmediatamente antes de cruzar la frontera. No estoy segura si existe la misma opción que en China, que te la dan el mismo día justo en la frontera, pero calcula mínimo unos tres días de trámite por si las moscas. Un saludo y buenas rutas!!