Cuando estamos fuera de Colombia, los colombianos extrañamos la comida, la música y la amabilidad de la gente, pero nunca el tráfico de la capital, con restregón en el transporte público de Bogotá y «bluyineada» incluida en hora pico.
Primer milagro: que el bus pare
Primero, conseguir que uno de estos vehículos, atiborrado de gente, se detenga frente a nosotros y nos lleve del Occidente al Norte de la capital colombiana, a eso de las 6 o 7 de la mañana, da una satisfacción que posiblemente no se repita el resto del día.
Esto, porque es un alivio que pare finalmente, después de haber visto pasar tres buses con la gente pegando el cachete en el vidrio.
Una frase que mi primo pronunciaba antes de ir a clase cuando estaba en la universidad, lo resumía bien: “Ojalá una ‘vieja’ bien buena espere el bus a mi lado”. No porque él quisiera pedirle su teléfono ni mucho menos, sino porque los conductores sucumben más fácilmente a una falda y aceptan recoger más pasajeros. Con esta estrategia, él aprovechaba para colarse luego de que la atractiva mujer se subiera.
Segundo paso: intentar sostenerse
En medio de la zozobra por llegar a tiempo, uno va hasta de “bandera”, es decir, con el cuerpo casi por fuera del bus y agarrando fuerte la barra de la puerta de entrada, que ni siquiera cierra.
Eso, cuando el conductor deja entrar por la puerta normal. Si no, toca por la de atrás (porque está tan lleno que por delante no cabe ni un alma).
No falta la petición sagrada de todo conductor en hora pico: «Por favor no se queden parados adelante, sigan hacia atrás».
¿Muestras de solidaridad?
Una vez allí, sale a relucir la única muestra de solidaridad que se pueda presentar en un bus: el billete para pagar pasa tranquilamente de mano en mano hasta el conductor, desde el fondo hasta la primera fila del bus. Las “vueltas” (el cambio), también hace su travesía hasta el dueño de ellas, y permanecen completas usualmente, hasta el final.
«Solidaridad» en cuanto a cultura ciudadana
Digo la única, porque cuando se trata de ceder el puesto a personas mayores o embarazadas, uno que otro pasajero se hace el dormido para no moverse.
A la hora de un robo, la masa también continúa inmutable. Cuando el ladrón actúa y consigue su botín, y después de haberse bajado del bus, suenan las expresiones: “Es que por este sector roban mucho” y “no hay que dar papaya”.
No dar papaya: el onceavo “mandamiento”, que consiste en no atraer a los ladrones poniéndoles las cosas en bandeja de plata. Como me han robado por lo menos unas seis veces en Bogotá, ya olvidé cuántas veces me han regañado por «dar papaya». Por eso, colombiano que se respete reserva el teléfono caro para espacios cerrados y una “panela” (celular viejo y gigante) para los espacios abiertos.
Sentadilla suspendida frente al asiento
Sin embargo, la confirmación de que, definitivamente, estamos en un bus en Bogotá es la espera de la gente al frente del puesto mientras se enfría. ¿En qué otro lugar del mundo hacen una sentadilla suspendida en el aire mientras desaparece el rastro del anterior pasajero?
Es puro y simple asco: los bogotanos (rolos, para el resto del país) creen que se les va a “pegar algo” en sus partes íntimas si se sientan en una silla caliente.
Ahora sí, el restregón en el transporte público
El bus se vuelve a llenar. Si estás sentado cerca al pasillo, tu hombro se puede calentar y no precisamente por un mito urbano como el de la silla, sino porque la persona de pie está frotando -voluntaria o involuntariamente- su “miembro” contra ti. Entonces, te acercas más de la cuenta al pasajero de la ventana para evitar el “restregón” en el transporte público bogotano, que casualmente, coincide con la letra del reggaetón que el chofer lleva a todo volumen.
Después del episodio y de escuchar a la niña de al frente decirle al novio por teléfono “no, cuelga tú… cuelga tú primero, te dije que colgaras tú…”, te levantas varios minutos antes de tu parada (cada pasajero se baja donde le conviene) para poder llegar a tiempo a la salida.
Un botón encima de la puerta marcará por fin tu salvación. Sales y vuelves a tener un espacio mínimo vital. Algo de aire, aunque no sea fresco. Un respiro hasta que, a eso de las 6 de la tarde (hora pico), llegue la hora de volver a casa, después de una larga jornada laboral.
O hasta que compres carro propio para seguir alimentando el caótico tráfico de la ciudad.
Ver también : «5 razones para AMAR el centro de Bogotá» y «La soledad capitalina«
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