De cómo descubrí el paraíso por equivocación, porque el paraíso, señores, queda en Xingping, China. De cómo convertí una noche en una semana, como quien saca conejos de un sombrero, o parte una caja en dos, con una persona adentro. De cómo conseguí una hermana en ese lugar de película y de cómo me ayudó a moverme por ese monstruo de país. De cómo volví a confiar y recuperar la fe en desconocidos. De eso va este post.
Había pasado tres días en Guilin, China, de las ciudades más verdes que haya visto. Una semana antes, estaba en Hanoi, con otro ánimo, otra cara, con mi energía casi que totalmente succionada por esos horribles 8 meses. Pero en Guilin, mis pulmones devoraron ese aire fresco como quien no come desde hace mucho mucho tiempo. Llenar los pulmones era, en aquel contexto, más importante que llenar el estómago.
En cuestión de horas, volvió la sonrisa, mi alma recuperada. Viejos rencores quedaron archivados, aunque no lo suficiente como para no contarlos: mi sufrimiento no habría sido en vano si lograba evitárselo a alguien.
Guilin. Resurrección. Ya había recorrido sus calles a pie, visto sus abuelitas bailar cada noche, esperado que el día agonizara para admirar sus pagodas a la luz de la luna. Había fotografiado a jugadores de cartas amateur. Me había tomado infinidad de selfies con chinos, porque les encanta.
Había simulado no darme cuenta que me tomaban fotos cuando sacaban el teléfono a escondidas. Sé que a algunos turistas les fastidia sentirse como atracción de circo, pero yo me divertía al ver las maromas que hacían para intentar tomarme una foto, jejejejejeje.
Había aprendido a decir «tuooooo shao chien» (¿cuánto vale?) y había logrado que me entendieran. Chapeau !
Había perdido mi tarjeta vietnamita en el Bank of China porque se me olvidó sacarla del cajero. Y había logrado que me la entregaran al día siguiente, no sin antes justificar cómo ese plástico vietnamita pertenecía a una colombiana, que por alguna razón estaba en ese otro extremo del mundo, viajando sola. Doble chapeau !
Luego de Guilin, iría a Yangshuo, a ver qué tan ciertas eran esas montañas. Así, la misma mañana en que partía, y sin fijarme en mapas, reservé el primer hostal que apareció en la búsqueda. Cuando iba en el bus, revisé la dirección en el mapa offline, y recapacité. ¡Lo que había reservado estaba a 15 kilómetros de la nueva ciudad! El hostal quedaba en realidad en un pueblito de pescadores, llamado Xingping. «Por algo será», pensé, y seguí adelante.
La noche que se volvió semana
Bajar del bus. Preguntar a una moto si me llevaba adonde salieran otros buses. Negociarla sin hablar chino. Mantener el equilibrio sobre el vehículo, con dos mochilas al hombro, intentando esconderlas de la lluvia. Reír. El viento en la cara, las gotas furtivas. La adrenalina de seguir el viaje hasta las últimas consecuencias. ¡Volvía a ser yo!
Media hora más en bus. De repente, un pueblo con tres calles. Todos los ojos chinos en mí. El hostal, las montañas… Mamá, papá, aquí estoy.
– «Vinimos dos días y nos quedamos siete», me dijo una holandesa, compañera de cuarto, que viajaba con su novio.
– «¿Siete? ¿En este pueblito?», insistí.
«Siete. Ya verás por qué», agregó.
Solo iba a quedarme una noche, y como ellos, terminé alargándola una semana. La mejor decisión de ese mes en China.
Mi hermana china (Chinese «sis»)
«Hey, sister». «Sister». Así me despertaba otra compañera de cuarto en el hostal de Xingping. ¡Tenía una hermana china y no lo sabía! Hablamos un dia. Fuimos a almorzar. Pidió por mi. Me prestó dinero porque en ese pequeño pueblo no había cajeros VISA (ATENCIÓN: en China solo puedes retirar en Bank of China, lo cual es un dolor de cabeza porque en pequeños pueblos NO HAY).
Pasamos dos días juntas. Cruzamos el ferry, hicimos un trek en el que sólo los pájaros y la lluvia interrumpían nuestras conversaciones. Fuimos a montar en bicicleta. Se preocupaba por mí, y yo por ella. Ambas viajábamos solas. «‘Sister’, ven a Chongqing, mi ciudad. Te va a encantar».
Aunque no alcancé a visitar a la «sis», después de despedirnos, siempre estuvo pendiente de mi viaje. De reservarme trenes, de ayudarme con buses, horarios, y prácticamente todo lo que necesitara durante ese mes de recuperación. Siempre estuvo disponible para mí, cuando necesitaba traducciones o alguna información útil. Me sacó de apuros más de una vez, y a distancia. Mi hermana china.
Aún hoy, seis meses después, me sigue preguntando si volveré. Y yo… ¿qué le puedo decir? Siempre vuelvo adonde me tratan bien.
En tan poco tiempo, China me había mostrado lo inmensa que era, en cuanto a su naturaleza y su gente. Fue un amor a primera vista.
«Nada que hacer en Xingping»
Lo chistoso es que todos los blogs que mencionaban Xingping decían que solo valía la pena por un día, porque el centro histórico era minúsculo. Eso es verdad… pero los alrededores del pueblo… ¡Estaban fuera de este mundo!
Me quedé en This Old Place, International Youth Hostel Xingping (si quieres reservar allí, en este link te dan un 10% de reembolso), e hice actividades recomendadas por el hostal. El primer día, cuando no había conocido a mi «sis», hice sola una caminata de dos horas hasta un pueblo cercano. Solo estaba yo y mi eco. Hacía rato no tenía esa cita conmigo misma.
Al atardecer, subí a la montaña que está justo al lado de ese hostal, dueña de unas vistas que difícilmente podrás olvidar.
El segundo día, ya con la «sis», tomamos el ferry y nos perdimos entre la naturaleza de la isla de al frente de Xingping. Visitamos un monasterio escondido entre el monte y, de nuevo, las vistas… loquísimas.
Tercer día, bicicleta y más bicicleta. Las alquilamos a una cuadra del hostal, al frente del río, porque allí era más barato. Llegamos al punto que inspiró el billete de 20 yuanes, aunque la imagen no le hace justicia a la belleza del lugar.
Y al otro día, caminar por el pueblo, simple y llanamente. Tomar un café, y al mismo tiempo, agradecerle a la vida por haberme abandonado allí.
Xingping fue el punto de recarga que necesitaba cuando recién iniciaba mi ruta hacia el transiberiano. Me dio una energía que me duraría hasta Europa.
Añadir comentario