Del odio al amor hay solo un paso, dice el dicho, pero en mi caso, al viajar en bus por Vietnam, fue al revés: al comienzo, alabé estos vehículos por su comodidad y precio, pero luego los terminé detestando, por la xenofobia y el irrespeto de sus conductores. Así empezó todo…
Viajar en bus por Vietnam: EL AMOR
Todo empezó cuando entré a Vietnam, desde Myanmar, en avión. Llegué a la ciudad de Ho Chi Minh (Saigon) y fui para Can Tho, también en el sur, a unas dos horas de la ciudad más poblada del país, también conocida como Saigon.
Saigon era el nombre de la ciudad de Ho Chi Minh (HCMC), antes de la guerra de Vietnam. Cuando el norte le ganó al sur, en 1975, la ciudad pasó a ser rebautizada con el nombre del líder comunista (llamado cariñosamente «Tío Ho», a quien le tienen allí una devoción casi religiosa).
El objetivo en Can Tho era visitar a una amiga vietnamita que mi mamá había hecho cuando pasó una temporada en Francia. Me gustó la idea de ver caras conocidas – o al menos conocidas de la familia-, en medio de mi viaje por Asia, sola y sin tiquete de regreso, así que desvié mi ruta pensada hacia el norte, con el objetivo de sentirme «como en casa».
De ella, quien fue una excelente anfitriona, ya les había hablado en mi serie «La Depresión Vietnamita«. El caso es que fue ella quien me introdujo en el mundo de viajar en bus por Vietnam. Era diferente a lo que había conocido hasta el momento en el sudeste asiático. Los buses vietnamitas eran de otro planeta: nada que ver con los que había usado en Tailandia, Myanmar y Camboya (como en la siguiente foto).
La primera impresión
Mi cara al subir a ese primer bus vietnamita no podía reflejar otra cosa, diferente a un gran: «¡¡¡¡¡WOOOOOOW!!!!!».
Buses donde las sillas se podían reclinar totalmente, como si fueran camas. ¡Realmente podías dormir mientras viajabas! No como en Colombia, mi país natal, donde viajar en bus por la noche implica trasnocho seguro, jejeje.
Súper cómodos, súper modernos (algunos de ellos tienen wifi, así que la entretención también está asegurada), limpios (te tienes que quitar los zapatos para entrar, eso sí)… mejor dicho, buses VIP.
Mi amiga me reservó los tiquetes por internet (en Vietnam no hablan mucho inglés), para ir desde HCMC. Me subí al bus, por supuesto, y después de esas horas en que me sentí levitar, llegué a la otra ciudad del sur de Vietnam (Can Tho, como ya les había dicho). Hasta ahí, genial. Lastimosamente, no era una regla común para viajar en bus por Vietnam.
Viajar en bus por Vietnam: EL ODIO
Hubo dos hechos que me hicieron desconfiar de los buses vietnamitas, pese a la comodidad. Uno, que afectó directamente mi bolsillo; y otro, en el que me sentí discriminada por el simple hecho de ser extranjera, cuando pasé 22 horas en bus, desde Hanoi hasta Vientián, Laos.
Me clonaron la tarjeta
No sé si fue en el bus (la aclaración es necesaria). Tampoco sé si me robaron en el hotel en el que me quedé en Hoi An. El caso es que, al día siguiente de llegar, desde esa ciudad tan turística a Hanoi, me di cuenta que habían hecho compras por casi 2.000 dólares con mi tarjeta de crédito, cuando ni siquiera la había sacado de mi billetera.
Y entonces, ¿cómo sucedió? Excelente pregunta.
Pudo haber sido cuando dejé mi billetera dentro de la mochila al hacer check out (e irme sin ella a dar una vuelta por las tienditas de artesanías), pero mi sospecha más fuerte es que alguien le tomó foto a mi tarjeta en el bus, mientras dormía.
Desde el principio tenía clarísimo que las cosas de valor no se podían dejar en el maletero, porque en el sudeste asiático tienen la costumbre de robar allí. Así que tomé mi maleta con las cosas de valor conmigo, pero como las sillas de los buses vietnamitas están adaptadas al cuerpo, no hay dónde dejarla sin que haga estorbo, a menos que duermas en la «cama de abajo» (porque son literas).
Mi cama en ese trayecto estaba arriba, así que me tuve que desprender de ella y dejarla en el pasillo. Yo tenía un mal presentimiento. Me asustaba dormirme y que me sacaran algo, así que pasé esa noche con un ojo cerrado y el otro abierto. Pero, inevitablemente, pasó.
En otro capítulo de «La Depresión Vietnamita» cuento qué hice cuando me enteré de esto, y cómo me recuperé del golpe (porque quedé, literalmente, con lo que tenía en el bolsillo, y no quería terminar mi viaje todavía).
Xenofobia en el bus
Otros extranjeros se quejan de los pitos a toda hora y del salvajismo con que manejan los conductores vietnamitas pero a mi, que vengo de Suramérica, tampoco me parecían taaaaaan terribles.
Lo que sí me molestó, y que no había vivido en ninguno de los otros países del sudeste asiático visitados hasta ese momento, fue la xenofobia de los conductores y pasajeros vietnamitas dentro del bus. Lo que les voy a contar me sucedió en el trayecto de Hanoi a Vientián, Laos. Se venían 22 horas de bus pero pensé que no serían graves debido a lo cómodos que eran.
Compré mi tiquete en el centro de Hanoi (regateando, obviamente, me salió por unos 25 USD), y asistí a la estación de buses. No tenía silla asignada, así que podía sentarme, en teoría, en cualquier lugar.
Cuando me estaba acomodando en una silla en el lado derecho del bus, cama de abajo de la litera, vino el asistente del conductor a decirme: «¡No! ¡No! ¡No! ¡No!». No entendía muy bien, dado que los vietnamitas no hablan mucho inglés. Entonces, decidí levantarme y hablar con el hombre.
El famoso «NO! NO! NO!» vietnamita ya no me sorprendía. Así me echaban de las tiendas donde no entendía lo que me decían en su idioma. Así también me sacaban de los techos bajo los cuales intentaba resguardarme cuando llovía e iba en la moto. Es la imagen que más recuerdo de mi etapa en Hanoi: la «hospitalidad» vietnamita.
El tipo movió mis maletas y me llevó al fondo del bus, con otros extranjeros que también esperaban el inicio del trayecto. Cuál sería mi sorpresa cuando un vietnamita se instaló en la silla donde yo estaba antes, con toda tranquilidad. Entonces, estudié la situación: cuando entraban extranjeros, no se les permitía ir adelante, o tomar una silla individual. Como a mi, los mandaban a la parte de atrás, donde solo había colchonetas (y no una silla como tal).
Después de ver el apartheid descarado que se estaba instalando en ese bus (CON LA CONNIVENCIA EXPRESA DE LOS PASAJEROS VIETNAMITAS), no pude evitar comentarlo. Entonces, el conductor se acercó, y nos quitó las cobijas (mantas), y las almohadas que teníamos algunos, para dárselos a los nacionales. Indignación completa.
Más tarde vino el asistente por más almohadas pero unos compañeros de colchoneta, italianos, no se la dejaron «robar». El asistente se fue riéndose, burlándose en nuestra cara de semejante trato.
Al final, como cargaba mi propio Sleeping Bag, y podía acomodar mi ropa para formar una almohada, estuve bastante bien. Total, que quién sabe cuántos años llevaran esos elementos sin un baño. Pero ese gesto terminó de hundir la imagen que yo tenía sobre viajar en bus por Vietnam.
Únicamente pensaba en la recompensa, que sería cruzar la frontera…
Golpes en el bus
Al regreso, comprando el tiquete desde Luang Prabang (Laos), de vuelta a Hanoi, le pedí al vendedor que me asignara un puesto fijo, para no vivir lo mismo. Y en efecto, pude evitar el mal trago. Sin embargo, conocí a una francesa, en los intermedios del viaje, a quien no solo discriminaron al viajar en bus por Vietnam, sino que también le pegaron.
En algún trayecto de su ruta por el país, una mujer vietnamita, mayor, quería sentarse en la silla que ella había tomado, y le empezó a pegar para que se moviera a los puestos relegados para los extranjeros. O sea, los peores (atrás).
Encima de que pagas mucho más del precio que pagaría un vietnamita (porque es común que te estafen), tienes que vivir un pésimo servicio, simplemente por como te ves; por tu color o forma de ojos; por lo que hablas; o por el país de tu pasaporte.
Conclusión: Hubiera preferido quedarme con la primera y excelente impresión de los buses vietnamitas aunque, lastimosamente, no fue así.
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